Última actualización: 14 de junio de 2025
Me llamo Frank. Vivo en Frankfurt, trabajo en banca de inversión, y he pasado los últimos cinco años sobreviviendo a base de café, reuniones eternas y hojas de Excel que parecen tener vida propia. Lo que una vez fue mi sueño profesional, se transformó en una pesadilla envuelta en camisas y trajes, llamadas a deshoras y el dulce aroma del burnout.
Un lunes particularmente cruel, mientras me bebía el cuarto espresso antes de las 10, un compañero (Peter, un tipo que normalmente solo habla de derivados financieros) me dice: “Tío, vete a Almería. Estuve el verano pasado con mi chica recorriendo las calas de Cabo de Gata. Te cambiará la vida”.
A los tres días tenía los vuelos comprados. Junio de 2024. Dos semanas. Nada de reuniones. Nada de Excel. Sólo “Almería calas” en mi buscador.
Día 1: De Frankfurt al paraíso
Bajé del avión y el aire olía a mar, romero y libertad. Almería no se parece en nada a mi ciudad gris. Aquí hay sol, gente que sonríe y… silencio. Alquilé un coche pequeño, casi tan alegre como el señor del rent-a-car. En 40 minutos estaba en Agua Amarga.

Días 2-14: Almería, calas, arena y el antídoto del capitalismo moderno
No puedo describir con justicia lo que es Cabo de Gata. Es otro planeta. O mejor dicho, es este planeta como debería ser: sin prisas, sin oficinas, sin Wi-Fi en la playa.
Las calas que recorrí (en orden de aparición en mi corazón):
- Cala de Enmedio: una caminata corta desde Agua Amarga y de pronto… una playa como sacada de una película. Arena blanca, formaciones de roca blanca que parecen esculpidas por alienígenas minimalistas.
- Cala del Plomo: aún más salvaje. Poca gente, agua cristalina y peces que te saludan al pasar.
- Cala Rajá: un tesoro escondido cerca del faro de Cabo de Gata. Llegar es un poco aventura, pero merece cada gota de sudor.
- Monsul y Genoveses: las más conocidas. Entiendo por qué. Monsul parece Marte. Genoveses, una postal eterna.
- Los Escullos, la Isleta del Moro y San José: pueblos con sabor, buena comida (bendito pulpo a la brasa) y el tipo de gente que no está gritando por el móvil.

Hice un par de rutas en bici. La mejor: de Agua Amarga hasta San José, pasando por la Isleta. El paisaje es brutal. Sol, mar, rocas negras, chumberas, y cabras que parecen reírse de ti mientras subes cuestas.
También buceé por primera vez. No vi tiburones, pero sí un pez luna que me guiñó un ojo (o eso quiero creer). El agua es tan clara que da miedo perder el horizonte.
Día 15: Frankfurt me mata
Volver fue como pasar del Technicolor al blanco y negro. Aeropuerto. Camisas y trajes. Nubes. Café malo. Pero algo ha cambiado. No sé si es la arena que sigue saliendo de mis sandalias o la foto de Cala de Enmedio que puse de fondo de pantalla, pero siento que he dejado una versión antigua de mí en esas calas.
Y lo mejor de todo: ya falta menos para volver.
“Almería calas”. Si estás leyendo esto desde una oficina: resérvalo. Vete. Baja el Excel. Sube al paraíso.